Para evaluar en profundidad la aprobación de una gestión de gobierno en la opinión pública, no se debe considerar solo la foto coyuntural, sino también la evolución de las expectativas positivas, ya que eso le dará un cierto hándicap de consistencia. Si ambos indicadores no están en sintonía, es probable que haya algún ruido en la línea. Por ejemplo, si una gestión está bien evaluada pero las perspectivas son mayormente negativas es porque algún factor no está funcionando adecuadamente. Pero si la gestión está más o menos bien considerada, pero crecen las expectativas favorables, significa que el líder de turno puede ser optimista al respecto.
De diversos estudios cualitativos realizados en varias provincias en las últimas semanas está claro que, aunque existen algunas críticas relevantes a la gestión, la palabra que predomina en el sentimiento ciudadano es “esperanza”, seguida por “incertidumbre” y “miedo”. Por supuesto que un término predominante no significa que la gran mayoría adhiera, pero al menos es una corriente emocional.
Las expectativas no son algo que se genera de la noche a la mañana, sino que forman parte de un proceso en donde interactúan los prejuicios, las actitudes, hechos coyunturales y la percepción sobre la realidad. Por ejemplo, en la última elección en EE.UU.: lo que predominó no fueron los datos objetivos –muy positivos- sino la percepción de la calle sobre los mismos. Es decir, la gente no votó con el bolsillo, votó con la percepción sobre cómo está su bolsillo, que son dos cosas diferentes. Esto viene a cuento de la simplificación que muchas veces se hace sobre este tema.
En el caso argentino, existen varios indicadores en positivo que lentamente empiezan a tener impacto en el ciudadano de a pie. Una inflación controlada en el nivel del 2/3 %, un dólar blue estable –que siempre calma los nervios sociales, se esté o no en condiciones de adquirirlo- una leve recuperación salarial y de actividad, aunque todo muy segmentado y heterogéneo. A esto hay que agregarle la percepción de que Milei se ha consolidado políticamente, teniendo en cuenta que encabeza el gobierno más débil desde 1983. No hay riesgo de estallido social o económico, al menos en el corto plazo, y casi cero amenaza de crisis institucional.
Con toda jc el esta suma de factores, la sociedad –que se bancó un año durísimo- quiere tener toda su cabeza puesta en las fiestas y, los que pueden, en las vacaciones. Por eso que el caso Kueider, el debate sobre el control a las universidades públicas, Cristina vs. Kicillof, la disputa del PRO con la LLA, etc. son todos temas que difícilmente penetren en la opinión pública, al menos en esta época.
Es verdad que la llegada de las fiestas, históricamente, generan una estacionalidad de cierto optimismo. Nadie quiere pensar que, si la pasó mal un año, eso volverá a repetirse. Es momento de relax, de bajar dos cambios, de encuentros, de afectos, de balances, de reflexión y de “renovar votos”. Al final, “la esperanza es lo último que se pierde” es una frase que escuchamos reiteradamente durante todos los estudios de 2023. No significaba que la mayoría tenía esperanza, sino que quería tenerla. No es lo mismo, pero puede tener un efecto parecido.
A esta altura, ya queda claro porqué la sociedad tuvo más paciencia de la esperada frente a un ajuste brutal. Durante todo el proceso electoral de 2023 la mayoría del electorado sostenía tres opiniones: 1) la crisis argentina venía de largo plazo; 2) no importa quién ganase, iba a tener que tomar medidas desagradables; y 3) los resultados iban a tardar en llegar. Con esos tres elementos en la mano, era esperable que la paciencia social fuera laxa. A eso contribuyeron tres factores adicionales: primero, el país venía de tres gobiernos con balance negativo que defraudaron muchas expectativas; segundo, al decidir la mayoría votar a alguien sin experiencia política, la tolerancia iba a ser más extensa; y tercero, no existe una oposición competitiva, ni liderazgos alternativos renovadores.
Pues cuando un equipo termina el primer cuarto ganando, tiende a actuar más serenamente –más allá de la vehemencia presidencial- y el problema psicológico lo tiene el adversario que debe tener la suficiente auto confianza en que podrá remontar el resultado. Más allá de que falten 10 meses para las elecciones generales, no solo la LLA tiene mayores chances de imponerse, sino que además la oposición arranca dando por hecho que eso sucederá así.
Al no haber sesiones extraordinarias en el Congreso, hasta febrero al menos, se moverá menos el avispero, y así podrá sonar más fuerte el famoso tema de Diego Torres.
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